OPINIÓN.
Por mi tierra gallega se acostumbra a decir que “cada un fala
da feira según lle vai nela” (cada uno habla de la feria según le va en ella).
Y este agropecuario proverbio se puede aplicar perfectamente a la delicada
cuestión de esas ‘otras lenguas’ que se hablan en España y luchan por una
difícil supervivencia en tiempos de globalización y de absoluta supremacía de
las lenguas hegemónicas que ahora mismo dominan el cotarro en el mundo, entre
las que se encuentra el castellano o español, un idioma en constante
crecimiento y que no requiere que nadie lo defienda. Pero las que sí necesitan
atención y protección especial, son las llamadas lenguas minoritarias, un valioso
patrimonio que está en peligro de extinción.
Cabe recordar que, según la UNESCO, unas 2.000 lenguas están
condenadas a desaparecer en este siglo XXI de la faz de la tierra. Delante de
tan negros augurios, se hace necesario reiterar que la lengua materna constituye
la esencia más pura y sensible que te identifica con la patria chica. Y hago
esta íntima reflexión desde la aparente contradicción que supone haber
aprendido mis primeras letras en Segovia, realidad que no me impediría enamorarme
de las dos lenguas vernáculas propias de Galicia y Cataluña (del vasco apenas
domino unas cuantas palabrejas). Sin embargo, las circunstancias políticas del
pasado, casi me convirtieron en analfabeto de ambos idiomas, sobre todo, en lo
que concierne a la facultad de escribir de forma fluida, tanto en gallego, como
en catalán.
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