OPINIÓN.
Fue el mismísimo Juan Carlos I el que en su día tuvo que disculparse
tras su polémico viaje de caza a Botsuana, ‘aventura’ que le dejó maltrecha su
cadera y agrietado su reinado. “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a
ocurrir”; con esta lapidaria frase, parodiada por tirios y troyanos, el jefe
del Estado hacía un público y humillante acto de contrición. A la frasecita del
rey le han salido imitadores por doquier. No hace mucho, la aguerrida Esperanza
Aguirre soltó por su boca: “Me he equivocado, no volverá a ocurrir”, a raíz de
un incidente que tuvo con la Policía Municipal madrileña. También el jugador
del Barça, Gerard Piqué largó algo parecido, asimismo, por un problemilla que
tuvo con la Guardia Urbana de Barcelona.
El último personaje que ha salido a la palestra para pedir
perdón, ha sido Mariano Rajoy, a quien le están surgiendo granados casos de
corrupción en el seno de su partido; el más sonado de todos, protagonizado por
un tal Francisco Granados, que fue mano derecha de la antedicha Esperanza
Aguirre. El presidente del Gobierno aprovechó su última comparecencia en el
Senado para pedir “disculpas a todos los españoles” por la corrupción en el PP,
derivada de la llamada ‘Operación Púnica’. Y mientras no paran de trascender
nuevas miserias de esta democracia herida, se vislumbra un radical cambio de
escenario político en el que los partidos tradicionales podrían quedar
relegados a un papel casi secundario.
Mi amigo (‘El Cínico’), con el que me he vuelto a cruzar, lo
tiene muy claro: “El gesto de pedir perdón conlleva la penitencia de la dimisión”.
¡Hay que ver cómo se las gasta el gachó! A mí, el otro día, los Mossos
d’Esquadra me endilgaron una multa, porque un traicionero radar móvil me cazó
circulando a 102 kms/hora. La sanción, que no me supone pérdida de puntos, era
de 100 euros, pero la cosa quedará en la mitad si pago dentro del plazo
estipulado. El agente que me persiguió hasta la entrada de la ciudad en la que
vivo, me desveló que el radar se dispara al sobrepasar los 100 kms/hora. “¡Hombre,
total por dos pírricos kilómetros de más, ya podía hacer la vista gorda…!”, fue
la inútil súplica que le hice al agente con forzado ademán de arrepentido. Manuel Dobaño (periodista). Puede leer también este artículo en El Prat Al Día.
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