OPINIÓN.
Pues sí, sí, el 9-N me dejé caer por algunos de los cinco
institutos que se habilitaron en la ciudad en la que vivo para ver cómo la
gente ejercía el derecho al voto, que para muchos es la esencia de la democracia.
Las intermitentes gotas de agua que regalaban las nubes, competían con el fluido
goteo de ciudadanos que votaban con absoluta normalidad y sin ningún tipo de complejos;
personas sencillas, en buena parte procedentes de otras CC.AA. de España. El
9-N se conmemoraba, además, el XXV aniversario de la histórica caída del muro
de Berlín, que puso punto y final a la llamada guerra fría; una efemérides que
fue aprovechada por algunos para establecer paralelismos y recordar que hay que
seguir porfiando en la utopía.
Tras la ‘turbulencia’ del proceso participativo del 9-N, finalmente,
no se produjo el apocalipsis y el mundo siguió girando, ello a pesar de que,
desde tierras mesetarias, la derecha mediática bramaba de rabia y la fiscalía
anunciaba que se pensaba querellar contra Artur Mas y otros consellers de la
Generalitat de Catalunya. También una
tal Rosa Díez pedía meter en cintura a los promotores de la consulta, pero el
TS lo ha desestimado. En su día, esta prófuga del PSOE, ahora en UPyD, tildó a Zapatero
de “Gallego, en el sentido más peyorativo de la palabra”. Como gallego que soy,
no lo he olvidado, mi relamida señora; así soy de intolerante. Movida por sus desmedidas
ansias justicieras, usted solo está empeñada en poner denuncias a todo lo que
se mueve.
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