OPINIÓN.
Hubo un tiempo en el que los habitantes de El Prat de
Llobregat presumieron de una floreciente agricultura que, durante años, fue
despensa de Barcelona y abastecedora de los mercados europeos; de haber sido los pioneros de la aviación en
Cataluña y, posteriormente, de ser una potencia industrial, gracias, sobre
todo, a la actividad fabril de La Papelera Española y La Seda de Barcelona. Con
el transcurso de los años las cosas fueron cambiando poco a poco y, ahora, los
expertos han encasillado a este municipio de la conurbación urbana barcelonesa en
el sector terciario, o de servicios, en el que predomina la presencia de importantes
empresas especializadas, principalmente, en el transporte y la logística.
Son los inevitables cambios de un territorio estratégico situado
en medio de unas infraestructuras tan potentes como son el
puerto y el aeropuerto. Pero los habitantes de esta ciudad también tuvieron in
illo témpore la oportunidad de presumir de más cosas. Por ejemplo, de sus casi
desaparecidas masías, del camping Cala-Gogó y, ¡casi se me olvidaba!, de la emblemática
granja de La Ricarda, un edificio modernista que ha sido reconstruido por AENA a
la vera del barrio de Las Palmeras. Lástima que sus naves aún permanezcan
vacías, motivo por el cual mi amigo (“El Cínico”), ha vuelto a meter baza para proponer
que este espacio “sea destinado al gran museo local de la agricultura, la
industria y la aviación”.
También en el ámbito deportivo, los pratenses pudieron
sentirse orgullosos de la presencia del Real Club de Golf El Prat, una instalación
socio-deportiva que ha sido cercenada por la mitad para posibilitar la expansión
aeroportuaria. Durante un tiempo, la ciudad en la que vivo, asimismo, fue la
cuna de la marcha atlética, una exigente disciplina deportiva en la que
destacaron, entre otros, los atletas locales, Josep Marín, Daniel Plaza (medalla
de oro en Barcelona’ 92) y Jordi Llopart (primer medallista olímpico del
atletismo español). Pero, quizás, el cambio más espectacular que ha
experimentado este municipio es que ahora nos podemos zambullir en una playa en
la que antes no se recomendaba el baño. Y para poner punto y final a esta
misiva, tan solo me resta desear unas felices fiestas a todos/as. Manuel Dobaño (Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al Día.
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