OPINIÓN.
El 2014 se ha ido, dejando tras de sí un trágico rastro de
víctimas por tierra, mar y aire. Pocos días antes de que finalizara el año, nos
llegaba la terrible noticia del accidente aéreo de un Airbus A 320-200 de la
compañía malasia de low cost ‘Air Asia’, que fue a parar al fondo del mar de
Java (Indonesia) con 162 personas a bordo. A pesar de ser ésta la tercera
catástrofe aérea del año, sigo pensando que el avión es el medio de transporte
que, particularmente, me inspira más garantías de seguridad. Seguramente, el
hecho de vivir a tocar del aeropuerto de Barcelona-El Prat, me ha ayudado a
alejar los atávicos temores que años atrás me suscitaba el aeroplano, tal como
gustaba decir el desaparecido profesor Enrique Tierno Galván.
El año, asimismo, se despedía con un naufragio acontecido
frente a las costas albanesas, el del ferri italiano que se incendiaba en plena
travesía, provocando el pánico entre sus casi 500 pasajeros. Al parecer, el Norman
Atlantic llevaba exceso de carga y en su bodega había un mogollón de
camiones-cisterna que transportaban aceite. A pesar de las esforzadas y
complejas labores de rescate, no se pudo evitar la muerte de decenas de
viajeros. A este par de catástrofes, cabe añadir el goteo incesante de personas
que diariamente dejan su vida en el asfalto. Se trata, sin embargo, de unas víctimas
que suelen pasar más desapercibidas porque, en cierta manera, ya se ha convertido en una trágica rutina.
Pero no solo cabría tener en cuenta a las personas que
pierden la vida accidentalmente, sino también a aquellas que silenciosamente
son víctimas inocentes en los diferentes conflictos bélicos provocados por la
barbarie humana. Tampoco deberíamos olvidar a los desheredados de la fortuna
que en el llamado Tercer Mundo se mueren a causa de la desnutrición y de toda
una serie de enfermedades, tales con el sida, la tuberculosis, la malaria…; calamidades
que han anidado en medio de la más extrema indigencia. Mientras tanto, “los
países ricos, intentan lavar sus conciencias en esta época del año, recogiendo
juguetes para los niños pobres, convencidos de que así irán al cielo”, me
suelta mi amigo (“El Cínico”). Manuel Dobaño (Periodista). También puede leer este artículo en El Prat Al Día.
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