lunes, 30 de marzo de 2015

El trágico vuelo 4U 9525

 OPINIÓN.
Por más que lo intentaba, no conseguía quitarme de la cabeza la secuela del irracional accidente aéreo del pasado 24 de marzo en las escarpadas cumbres alpinas francesas. Para atemperar mis aceleradas neuronas, decidía recluirme en el despacho de casa y enfrentarme a la página en blanco que me brindaba mi maquinilla de juntar palabras en busca de una respuesta imposible. ¿Por qué tanta tragedia? (150 personas muertas, incluidas bebés y adolescentes), era la gran pregunta que se hacía todo el mundo y que nadie atinaba a contestar. Luego, en mi memoria, se me entrecruzaban las mil y una historias vividas en el aeropuerto de Barcelona-El Prat, desde el que durante más de tres décadas me dediqué a contar para la Agencia Efe los avatares de los que viajan en avión.    
Delante de la trágica magnitud de este suceso, todas las demás historias acontecidas  últimamente quedaban relegadas a un segundo plano. La noticia, además, me tocaba bastante de cerca, porque fue del aeropuerto de El Prat, ubicado casi en su totalidad en el término municipal de la ciudad en la que vivo, de donde partió el fatídico vuelo 4U 9525 de Germanwings; la misma compañía de low cost de Lufthansa que unos días antes había utilizado una hija mía para viajar a Alemania. Entre las víctimas, había personas  que vivían o trabajaban  en mi comarca (Baix Llobregat), y en el colegio barcelonés en el que estudian dos de mis nietos, se recordaba al padre de tres alumnos, que también fallecía en el accidente.
Y en medio de la consternación general, trascendía que fue Andreas Lubitz, el presunto psicópata y copiloto del A-320, quien en plan kamikaze había estrellado el avión en los Alpes. Mientras tanto, la policía investigaba el origen de unos tuits ofensivos, que unos descerebrados colgaban en las redes sociales, haciendo escarnio de algunas de las víctimas del accidente por ser catalanes. Un servidor, que es gallego por los cuatro costados, pero que tiene hijos y nietos catalanes, una vez más, comprobaba que la estupidez humana no tiene límites. Si no, ustedes mismos juzguen el contenido de esta perla que me llegaba vía Facebook: “Lo del accidente de avión me parece muy bien si había catalanes dentro de él”. “Verdaderamente vomitivo”, me apuntaba mi amigo (“El Cínico”). Manuel Dobaño (Periodista). Pueden leer también este artículo en El Prat al Día.

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