OPINIÓN.
En medio de la avalancha de noticias relacionadas con la corrupción,
la amenaza yihadista y la movida electoral andaluza que esta segunda quincena de marzo de 2015 ha copado la actualidad
informativa, sorpresivamente se ha colado la historia del hallazgo de parte de los
restos óseos de don Miguel de Cervantes Saavedra, presuntamente enterrado en la
madrileña cripta del convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso,
situado en la céntrica calle Lope de Vega. Si se confirma la noticia, “sin
discrepancias”, oportunamente se podrá erigir un gran mausoleo en memoria del inmortal
autor de El Quijote y así se resolvería el enigma de tan ilustre habitáculo
funerario en mucho menos tiempo que el de Tutankamón.
El otoño de 2010, visitaba la casa natal del Príncipe de los
Ingenios, así como la Universidad Cisneriana de Alcalá de Henares, donde tenía
el privilegio de conocer el Paraninfo en el que cada año se entrega el Premio
Cervantes. En la antigua Complutum, en
la que un grupo de periodistas compaginamos jornadas de trabajo con visitas
turísticas, comprobaba que las piedras rezuman historia. Mientras trascendía la
noticia del descubrimiento de la osamenta cervantina, acudía a mi mente la recuperación
de algunos huesos del teniente Eduardo Laucirica, que un lejano 7 de diciembre
de 1940 estrelló el caza que pilotaba en las fangosas tierras del delta del
Llobregat; una fascinante historia que me tocó relatar en su día para la
Agencia Efe.
Por su parte, mi amigo (“El Cínico”), más sarcástico que de
costumbre, me soltaba a bocajarro: “Oye, gallego, ¿ya te has enterado de que Vigo
fue el lugar de la península en el que mejor se observó el eclipse de sol? La
verdad es que en la ciudad en la que vivo las nubes eclipsaron el cielo y la
primavera llegaba disfrazada de invierno. Mi amigo también me contaba que en Valencia
había disfrutado de lo lindo, aunque sin ‘caloret’, con la Falla Plaça de El Pilar, ganadora del primer premio; una escultura
basada en la estrecha connivencia existente entre el poder y el dinero. “Son
las pequeñas licencias que los de arriba toleran al populacho”, me remarcaba.
Y, de esta guisa, se despedía mi amigo que, casualmente, se iba a comprar,
entre otras viandas, “unos huesos de jamón para echar al caldo”. Manuel Dobaño (Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al día.
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