OPINIÓN.
Superada la resaca electoral del 24-M, comprobaba con
satisfacción que se cumplía una buena parte de los pronósticos que me atreví a
hacer en su día, entre los que vaticinaba algo que estaba cantado: el principio
del fin del imperio del bipartidismo. El mapa político del país se ha atomizado
y, por el momento, nada volverá a ser como antes. La prensa extranjera destacaba
que los indignados habían tomado el poder, mientras que la de aquí reconocía
que España había girado a la izquierda. Financial
Times resaltaba lo siguiente: ‘Madrid y Barcelona, en manos de dos mujeres
carismáticas de izquierdas y activistas de fuera del sistema’, que han dejado
en la cuneta a la lideresa Esperanza Aguirre y al convergente Xavier Trías.
En la ciudad en la que vivo (El Prat de Llobregat), Lluís Tejedor
se convertirá en el alcalde más antiguo de Cataluña; mientras que en mi Galicia
natal, Conchita Méndez, no repetirá como alcaldesa de Sandiás (Ourense),
después de ejercer el cargo durante 36 años. Ahora que el rojerío parece que
empieza a controlar el cotarro de la política, mi amigo (“El Cínico”) no para
de plantearse la consabida cuestión de que una cosa es predicar, y otra bien
distinta, dar trigo; es decir, que ‘los que antes clamaban en contra de la
casta y a favor de los afectados por la hipoteca, no tendrán más remedio que
aprender a pactar y a suavizar sus discursos para poder adaptar a la cruda
realidad una parte de sus bienintencionadas promesas electorales ’.
Pero por encima de los respectivos programas electorales de
cada una de las fuerzas políticas que les ha tocado la responsabilidad de
gobernar las siempre maltrechas arcas municipales, se plantea una prioridad por
encima de todas: la dramática crisis social que se antepone al espejismo de una
pretendida superación de la crisis económica. Lamentablemente, la burbuja de la
miseria no para de crecer en todas las direcciones, y se acaba de saber que uno
de cada tres menores de 16 años, vive bajo el umbral de la pobreza. Y según el
último recuento realizado por la Fundació Arrels, al que honoríficamente se sumaba
Ada Colau, en Barcelona se contabilizaba cerca de un millar de personas que diariamente
duermen al raso. Menos mal que no todo son penas en este mundo, y si no que se
lo pregunten a los culés. Manuel Dobaño (Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al Día.
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