OPINIÓN
La historia que seguidamente paso a contarles, es real como
la vida misma. Sucedió al mediodía de un sábado del mes de julio de 2015 en una
calle solitaria del polígono ‘Mas Blau’,
cerca del aeropuerto de Barcelona-El Prat. Por allí paseaba yo tan campante en
bicicleta y bajo un sol de justicia, cuando, de repente, observé algo que me
dejó absolutamente alucinado: en el asfalto vi como se movía un billete de 50
euros. No se trataba de un espejismo, era realmente un billete de curso legal
que parecía ser transportado por un ejército de misteriosas hormigas. Fue
entonces cuando decidí bajarme de la bici, y acto seguido, pude comprobar que
no eran hormigas, sino una suave brisilla la que realmente impulsaba al
billete.
Pero mi sorpresa no se acabó ahí. Una vez que puse a buen
recaudo mi inesperado botín, emprendí sudoroso la marcha y, ¡no me lo podía
creer!, otro billete de 20 euros en el suelo, y unos metros más adelante, uno de
5, y otro más de 10 euros; hasta que, finalmente, me topé con una cartera de
bolsillo repleta de todo tipo de tarjetas de crédito y de variada documentación
personal. Su propietario resultó ser un joven directivo burgalés, residente en
Madrid, que estaba hospedado en uno de
los hoteles de la zona. Cuando conseguí localizarle, tuve la enorme
satisfacción de entregarle la cartera con todas sus pertenencias y, como
recompensa, fui obsequiado con un lote de vinos de excelente añada y una
botella de cava.
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