OPINION
Al regreso de una muy
feliz estancia vacacional en la comarca castellonense del Alto Palancia, una
laica peregrinación que vengo realizando desde hace años, medio adormilado me disponía
a depositar unos envases vacíos en su contenedor correspondiente, cuando, de
repente, me volvía a reencontrar con mi amigo (“El Cínico”), quien me comentaba
que había pasado una noche fatal por culpa del ‘abafante’ calor que venimos
padeciendo este verano. A mi amigo intentaba sermonearle algo sobre el cambio
climático ese del que ya se empieza a preocupar seriamente hasta al mismísimo
Obama y toda la tropa que corta el bacalao en este asfixiado planeta, pero él
me replicaba que su problema era que no tenía aire acondicionado en su casa.
Durante mis pasadas
vacaciones estivales de 2015 intenté disfrutar en todo momento de un ‘relaxing’
total con el propósito de no mermar mi capacidad neuronal, incluso, evadiéndome
de la lectura de la prensa y de ver la caja tonta de la tele. Pero confieso que
hubo un día en el que no pude resistir la tentación de ojear en un bar una
portada que recordaba el 70 aniversario de Hiroshima, el primer y único ataque
nuclear de la historia, ‘hazaña’ bélica de la que EE.UU. todavía no ha perdido
perdón. Tan devastadora efemérides, enervó mi espíritu y, una vez más, me hizo
reflexionar sobre la vileza de la raza humana, en general, y particularmente, sobre
los grandes criminales de la historia, entre los que, por aquellas, destacaron
Hitler y Stalin.
Les comentaba que este
verano me volvía a dejar caer por el Alto Palancia, formando parte de una
abigarrada representación de mi saga familiar galaico-catalana, integrada por
11 niños y 13 adultos, con la misión de sentirnos un poco como Indiana Jones. La
insólita experiencia, que milagrosamente se saldó sin incidencias, sirvió para reafirmar
que para contentar a la prole infantil no hace falta viajar a determinados
parques temáticos de pago. Con un poco de imaginación, podemos toparnos con hermosos
y solitarios parajes en los que, sin peaje alguno, se puede disfrutar de lo
lindo. Pero no todo en la vida es gratuito: de regreso a la ciudad en la que
vivo, comprobaba que los mosquitos y otras bestias aladas se habían cebado en
mi delicada epidermis. De vuelta a la rutina diaria, la prensa no cesaba de
vomitar noticias sobre la galopante corrupción política que ahoga al país y de
informar de la horrorosa tragedia de los refugiados y emigrantes que huyen de
la guerra y de la hambruna; sin olvidar los incendios que mentes criminales
provocan en mi tierra gallega. Manuel Dobaño (Periodista). Lealo de nuevo en El Prat al dia.
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