Opinión.
Camino de la emisora de
radio de la ciudad en la que vivo, descubría días atrás toda una serie de
banderolas que pendían de las farolas de la Plaça de la Vila y que, en principio,
suponía que era propaganda electoral: “Ara és l’hora de la festa” (ahora es la
hora de la fiesta), “No permetré que plogui per la Festa Major” (No permitiré
que llueva por la Fiesta Mayor), “La Festa que uneix” (La Fiesta que une), “Si
no li agrada el meu programa, en tinc un altre” (Si no le gusta mi programa,
dispongo de otro), “Plantem cara al avorriment” (Plantemos cara al aburrimiento).
En realidad, se trataba de una ingeniosa campaña publicitaria auspiciada por el
consistorio local para dar a conocer la Festa Major de El Prat de Llobregat que
tendrá lugar el último fin de semana de septiembre.
Ya delante de los
micrófonos, los tertulianos invitados debatimos con vehemencia, y desde
diferentes posturas ideológicas, el principal asunto que copa la actualidad
catalana: Valoración de la Diada Nacional de Catalunya del pasado 11-S, e inicio
de la campaña electoral del 27-S. A un servidor le tocó explicar mi experiencia
periodística de hacer el seguimiento periodístico de las siempre pacíficas y
festivas manifestaciones del 11-S de años atrás, en las que predominaban las
banderas catalanistas (senyeras). Pero en los últimos cuatro años, maticé, la
cosa ha cambiado sustancialmente con la presencia de centenares de miles de
personas enarbolando banderas secesionistas (esteladas). ¿Por qué?, he aquí el meollo
de la cuestión. En cualquier caso, las urnas ya habrán dictado sentencia el 27-S.
Y mientras los políticos de
un lado y de otro no paraban de tirarse los trastos a la cabeza, en lugar de
atemperar la situación mediante el diálogo, va mi amigo (“El Cínico”) y, de
entrada, me largaba que el llamado proceso soberanista le importaba un carajo; si
bien aprovechaba la ocasión para dejarme caer que el batiburrillo del 27-S no
es cosa de los satanizados dirigentes de la ‘deriva separatista’, sino de una
parte importante de la sociedad civil de Cataluña que está hasta el gorro de los
despectivos y chulescos vientos que soplan del kilómetro cero de las Españas. Pero
no todo era mal sabor de boca en mi amigo, el hombre estaba feliz porque ya hay
aviones, en lugar de conejos, en las pistas del aeropuerto de Castellón, una
chapucera infraestructura pendiente de investigación por parte de la UE. Manuel Dobaño (Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al Día.
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