lunes, 21 de septiembre de 2015

La libertad de expresión: una entelequia

  OPINIÓN
La libertad de expresión no existe, porque detrás de cada proyecto editorial “hay una empresa que está sujeta a toda una serie de intereses comerciales y, además, hay dinero público de por medio”, esto es lo que años atrás me contaba sin tapujos el malogrado periodista, escritor, abogado y recordado amigo, Francisco González Ledesma, ganador del Premio Planeta (1984) y figura destacada de la novela negra de denuncia social en la España franquista. También mi paisano, el escritor gallego Suso de Toro, me confesaba al respecto que “para un periodista no es fácil hacer información de opinión con arreglo a una ética de la profesión y a una ética personal y, al mismo tiempo, conservar el puesto de trabajo y el espacio en prensa”.

Leyendo la prensa diaria, escuchando la radio, viendo la televisión y lo que se larga a través de las nuevas tecnologías de la información, se puede constatar que cada medio  arrima el ascua a su particular sardina ideológica. Prácticamente todo está mediatizado y manipulado, de tal forma que, en plena eclosión de la sociedad de la información, podemos afirmar que la libertad de expresión es una auténtica entelequia. Mi particular experiencia  de 33 años de corresponsal de la Agencia Efe en la comarca barcelonesa del Baix Llobregat, ejerciendo un periodismo casi de trinchera, me sirvieron para comprobar que los periodistas no siempre pueden contar toda la verdad, básicamente, por miedo a perder su puesto de trabajo, opinión que comparte plenamente mi amigo (“El Cínico”).

Y mientras le iba dando vueltas a algo que tengo muy claro desde que, en 1992, alguien me recomendó olvidar una noticia bomba relacionada con la exitosa olimpiada que aquel año se celebró en Barcelona, “porque podría perjudicar gravemente el evento”, una vez más, no conseguía quitarme de la cabeza la tragedia de los refugiados y de los emigrantes que huyen de la miseria más absoluta y que son víctimas inocentes de la barbarie humana. En los últimos días se ha llegado a plantear si era ético y moral publicar la desgarradora fotografía del pobre niño Aylan Kurdi, que apareció muerto a la orilla del mar. Sin duda, una imagen que vale por un millón de palabras y que ha servido para despertar muchas conciencias dormidas, además de constatar que, en ocasiones, funciona la libertad de expresión. Y sobre la indeseable reportera húngara  Petra Laszlo, que agredió a unos refugiados, prefiero no comentar  nada. Manuel Dobaño (Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al dia   .

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