OPINIÓN
La libertad de expresión
no existe, porque detrás de cada proyecto editorial “hay una empresa que está
sujeta a toda una serie de intereses comerciales y, además, hay dinero público
de por medio”, esto es lo que años atrás me contaba sin tapujos el malogrado
periodista, escritor, abogado y recordado amigo, Francisco González Ledesma,
ganador del Premio Planeta (1984) y figura destacada de la novela negra de denuncia
social en la España franquista. También mi paisano, el escritor gallego Suso de
Toro, me confesaba al respecto que “para un periodista no es fácil hacer
información de opinión con arreglo a una ética de la profesión y a una ética
personal y, al mismo tiempo, conservar el puesto de trabajo y el espacio en
prensa”.
Leyendo la prensa diaria,
escuchando la radio, viendo la televisión y lo que se larga a través de las
nuevas tecnologías de la información, se puede constatar que cada medio arrima el ascua a su particular sardina
ideológica. Prácticamente todo está mediatizado y manipulado, de tal forma que,
en plena eclosión de la sociedad de la información, podemos afirmar que la
libertad de expresión es una auténtica entelequia. Mi particular experiencia de 33 años de corresponsal de la Agencia Efe
en la comarca barcelonesa del Baix Llobregat, ejerciendo un periodismo casi de trinchera,
me sirvieron para comprobar que los periodistas no siempre pueden contar toda la
verdad, básicamente, por miedo a perder su puesto de trabajo, opinión que comparte
plenamente mi amigo (“El Cínico”).
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