Opinión.
Cuando días atrás intentaba
ponerme al corriente de los aconteceres mundanos, una noticia de gran calado mediático
agitaba súbitamente mis neuronas y mis papilas gustativas: “La OMS liga el
cáncer con el consumo de embutidos y la carne roja procesada”. Para acabarlo de
adobar, incluso se ha llegado a plantear la cuestión de si el embutido causaba
más muertes que el tabaco. ¡Manda carallo!, que suele decir en mi tierra el
pueblo llano. Releyendo tan bestial información, llegué a pensar que, en lugar
de recitar los hermosos versos de Rosalía de “adiós ríos, adiós fontes, adiós
regatos pequenos…”, ahora me planteo sustituirlos por estos otros: “adiós chourizos,
adiós bisté de tenreira galega, adiós churrascos grandes e pequenos…”
Y mientras a los
charcuteros y demás profesionales del sector cárnico no les llegaba la camisa
al cuello, y no dejaban de pensar en la bajada de ventas que les espera (tal
como sucedió con las crisis de la gripe aviar y de las vacas locas), se intentaba
mitigar el impacto de la noticia con la recomendación de comer ternera, ‘dentro
de una dieta equilibrada’. Algunos expertos, sin embargo, no descartaban que el
informe de la OMS tenga algo que ver con determinados intereses espurios ligados al sector vegetariano y/o
pesquero. Ya se sabe, la gente es mal pensada por naturaleza. En tiempos del
Halloween, me imagino a niños y mayores disfrazados de malignos embutidos,
hamburguesas y sandwiches de beicon.
Finalmente, era mi amigo (“El
Cínico”) quien me soltaba aquello de “a buenas horas, mangas verdes”, refiriéndose
al informe ese de “los burócratas de la OMS”, en el que se pone en la picota
unas viandas que, desde hace siglos, está en la base de la alimentación de un
mogollón de millones de personas. Mi amigo, reafirmándose, una vez más, con el
pensamiento filosófico de Diógenes, aprovechaba la ocasión para explicarme el
origen de los llamados ‘mangas verdes’, que eran los integrantes de las
cuadrillas de la Santa Hermandad, que lucían el verde en la manga y se
encargaban de echarle el guante a los chorizos, (se entiende, sin embutir). Mas
solía suceder que llegaban tarde, o sea, cuando los ladrones ya se las habían
pirado .Manuel Dobaño (Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al día.
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