Opinión.
La actual situación
política de Cataluña, y la del resto de España, no tienen parangón en nuestra historia
más reciente. Mantienen los expertos en la materia que la transición de la
dictadura a la democracia fue modélica, pero el inexorable paso del tiempo ha hecho
mella en una Constitución a la que las nuevas generaciones reclaman que se le
haga un higiénico lifting. Con la excepción del número de carnet de identidad, que
es para toda la vida, pocas cosas más permanecen inmutables en la vida. Por
esta sencilla razón, cabe poner al día el texto de una Carta Magna que
resuelva, de una vez por todas, el laberinto en el que ahora mismo se encuentra
atrapada la res pública, o sea, la cosa pública del país.
Cuando en su día me dejé
caer por la barcelonesa Plaça de Catalunya para calibrar, en vivo y en directo,
lo que allí se cocía al entorno del movimiento del 15-M del 2011, intuí que
aquello podría ser el principio de algo que explotaría en pocos años. ‘La
dignidad de los indignados’, recuerdo que fue el titular de la crónica de aquella
singular experiencia periodística. Los últimas procesos electorales
determinaron el fin de un gastado bipartidismo y el principio de un nuevo paradigma
político en el que empiezan a estar representadas las emergentes propuestas
ideológicas. “Los Podemos, Ciudadanos y
compañía, ya tendrán tiempo de evitar la tentación de corromperse cuando chupen
poder”, sentenciaba mi amigo (“El Cínico”).
Y mientras meditaba sobre
cuestiones tan candentes, de repente acudía a mi mente la mitológica historia
del laberinto de Creta, construido por Dédalo para esconder al Minotauro. Creta
se me antoja la antigua Hispania y Dédalo el perverso arquitecto que intenta
ocultar el Minotauro de la regenerada democracia española. El problema estriba
en que los impulsores de la nueva política no acaban de ver claro sus futuras
alianzas. A los que pretenden volar a Ítaca, desde tierras mesetarias les
advierten que Ícaro ya fracasó hace siglos en su vano intento. Más todavía hay
quien piensa que aún es posible huir del laberinto y viajar a Ítaca,
sencillamente, porque las alas de Ícaro, que se ejercita en el Cirque du
Soleil, ya no son de cera, sino de acero.
PD/ Finalmente, los de la
CUP han dictado sentencia en contra de la investidura como presidente de la
Generalitat de Catalunya de Artur Mas y todo hace presagiar que habrá nuevas
elecciones autonómicas en marzo. Y para acabar de adobar el oscuro panorama político
que tenemos por delante, también siguen pintando bastos a la hora de saber
quién será el nuevo presidente del gobierno español. O sea, que seguimos
atrapados en el laberinto.Manuel Dobaño
(Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al día.
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