Opinión.
Fiel
a mi compromiso de
comentar lo que más me llamaba la atención de los últimos días,
enseguida me
apercibía de que la semana venía cargadita de diferentes asuntos que
nada
tenían que ver con las negociaciones imposibles entre PSOE, Podemos y
Cs, y el PP
a verlas venir, ni tampoco con la huelga del metro en plena celebración
del Mobile World Congress. Por ejemplo: en vísperas de una visita que
tenía programada con
el dentista, para que me ajustara una pieza que me estaba haciendo la
puñeta,
se publicaba que habían trincado a los mandamases de Vitaldent por
choriceo
fiscal. A mi amigo (“El Cínico”), la noticia no le pillaba de sorpresa,
ya que nunca
ha entendido que las clínicas dentales hayan irrumpido como setas por
todas
partes, “sin que se ponga freno a un modelo que prima el negocio por
encima de
la salud”.
Al margen de este
odontológico episodio, la actualidad nos deparaba otras historias que, a más de
uno, le habrá provocado un dolor de muelas, como es el caso de las declaraciones
que Juan Carlos I realizaba a una cadena de TV francesa; entrevista en la que se
eludían los escándalos de la última etapa de su reinado, pero sí se desvelaba
que Franco le pidió que preservara la unidad de España. Lo de los niños
cantando el ‘Cara al sol’ en el carnaval de Santoña, también tenía su miga, y
ya no digamos lo del cansino pequeño Nicolás que era citado a declarar por
usurpación de funciones al hacerse pasar por enviado de la Casa Real y del
Gobierno. “¡Esto es la repanocha!”, bramaba mi amigo, si bien se consolaba con
lo del Supremo que sentenciaba que el Algarribico tiene que desaparecer del
mapa.
Y antes de terminar esta misiva, me he permitido
la licencia de relatar el casual encuentro que tuve días atrás en el centro de
Barcelona y que, una vez más, demuestra que el mundo es un pañuelo. Una simpática
y desorientada jovencita se me acercó para preguntarme por dónde caía la Plaça
de Catalunya, y antes de despedirnos, me interesé por su lugar de procedencia. Tal
como sospechaba, me confirmó que era gallega, entonces yo le pregunté de qué
parte y ella me contestó que de Ourense. “Pero, ¿de Ourense mismo?”, la inquirí,
“bueno, de Xinzo de Limia”; o sea de mi villa natal. Me dijo que su padre se
apellidaba Alonso y que era de la parroquia de Santa María de Perrelos, pero me
quedé con las ganas de saber su nombre...Manuel Dobaño
(Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al Día.
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