Opinión.
Triste, muy triste,
afrontaba el comienzo de la Semana Santa. Un fatal accidente de autocar, acontecido
en el maldito kilómetro 333 de la autopista AP-7, segaba la vida de 13 chicas, estudiantes
de Erasmus de la Universitat de Barcelona (UB). Regresaban de las Fallas de
Valencia y, de madrugada, un previsible fallo humano, (¿somnolencia?), desencadenaba
la tragedia. La noticia me hacía rememorar los accidentes de autocar que tuve
que cubrir en mis tiempos de corresponsal de la Agencia Efe y, sobre todo, el
de las 28 personas, en su mayoría adolescentes de un centro educativo de la
comarca del Baix Llobregat, que perdían la vida en un accidente acontecido la
víspera de San Fermín del año 2000 en la N-122 (Golmayo-Soria).
También guardo en la
memoria otro accidente de autocar, el registrado el 22 de octubre de 1988 en el
kilómetro 172 de la autopista, entonces A-7 y, en la actualidad, AP-7, cerca
del peaje de Martorell. Para allá me tocó encaminarme entonces para informar en
directo de la trágica muerte de 11 jubilados, todos vecinos de la ciudad en la
que vivo. Y por si no fuera suficiente el escalofrío que provoca el relato del autocar
siniestrado el 21 de marzo en tierras tarraconenses, la recién estrenada
primavera nos sobresaltaba al día siguiente con una nueva masacre terrorista ocurrida
en el mismo corazón de Europa. Una vez más, la barbarie, el fanatismo y la
irracionalidad humana, intentan conducirnos al oscurantismo de la Edad Madia.
En esta triste
Semana Santa, de dolor y de recogimiento
religioso, los medios de información seguían martilleando nuestras distraídas
conciencias con el calvario de los refugiados, arracimados en el fangal de una
Europa cimentada en el mestizaje. ¡Qué escándalo y qué vergüenza!, clamaba mi
amigo, más humano que nunca y menos cínico que de costumbre. Otras dos niñas
ahogadas en el cementerio del Mar Egeo. ¡Cuántas lágrimas derramadas! Según los
expertos, el cuerpo humano produce la friolera de más de un centenar de litros
de lágrimas al año y aseguran que es saludable llorar, ya que libera tensiones
y limpia los ojos. Sin embargo, intuyo que a los que huyen del horror de la
guerra ya se les ha secado el lacrimal.
Últimas reflexiones: Un año
más, el puñetero cambio horario nos privaba de una horita de sueño, mientras el
cruel destino se llevaba por delante al gran Johan Cruyff, distinguido cliente
que fue de la desaparecida gasolinera K11-Dobaño. Los ingleses inventaron el
fútbol y él, ‘en un momento dado’, lo
reinventó, lo hizo más divertido. Pero no todo eran malas noticias en este
vigoroso arranque primaveral, porque intuyo que los Rolling Stones han sembrado
en tierras cubanas la semilla que ayudará a germinar la democracia, con caribeño
sabor a mojito y a ritmo de Guantanamera. Manuel Dobaño
(Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al Día.
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