lunes, 30 de enero de 2017

El frío y el mogollón de las eléctricas


 Opinión
Más allá de las habituales bravuconadas de Donald Trump, de los escandalosos y consentidos
Manuel Dobaño. Periodista.
mangoneos tarifarios de las eléctricas, del libidinoso asunto del Rey (Emérito) con la Rey y de la polémica del logo del PP (¿es gaviota o charrán?), lo que verdaderamente padecía en sus carnes el personal era la ola de frío que nos ha deparado el primer mes del año, con temperaturas jamás alcanzadas en muchos puntos del maltrecho planeta Tierra. Sin ir más lejos, en mi villa natal (Xinzo de Limia) se alcanzaba el segundo registro más bajo de España con -10,4 grados; por debajo del de Cuéllar (Segovia) con -11,6 grados. Cuando de joven nos apretaba el frío en Galicia, solíamos desahogarnos con la expresión: ‘¡fai un frío de carallo!’.

Pero podemos estar relativamente contentos, si comparamos estas gélidas temperaturas con las que se registraban en Oymyakon, donde el termómetro marcó en enero una media de -50 grados. Este inhóspito enclave geográfico, situado en el este de Siberia, está considerado el pueblo más frió del mundo, ya que ostenta el récord de -71,2 grados, que es la temperatura más baja medida en un lugar habitado. Además de las bajas temperaturas, el temporal que nos visitó este movidito mes de enero, provocó importantes destrozos en la playa de la ciudad en la que vivo. Las autoridades municipales informaban que el Àrea Metropolitana de Barcelona (AMB) se ha comprometido a reparar los daños habidos en todo el litoral metropolitano.

Y mientras intentaba soportar toda esta serie de invernales inconvenientes, acudía a mi mente el año que visité por primera vez Argentina, en pleno mes de enero, o sea, en el verano de allá. Recuerdo que, a la sazón, pasé un calor, como no podía ser menos, también de ‘carallo’. Después de pasear por Buenos Aires y San Antonio de Areco, me dejé caer por las famosas cataratas de Iguazú y solo me tuve que abrigar camino de la Antártida, donde me esperaban el mítico Perito Moreno y otras maravillas patagónicas. Para echarle un poco de guasa al asunto, mi amigo (“El Cínico”) me comentaba la verídica noticia de que en Zaragoza vivía una joven de 19 años que se llamaba Luz Cuesta Mogollón, pero que no trabajaba en una eléctrica. También puede leer este artículo en El Prat al día.   

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