Opinión
Más
allá de las habituales bravuconadas de Donald Trump, de los
escandalosos y consentidos
mangoneos tarifarios de las eléctricas, del
libidinoso asunto del Rey (Emérito) con la Rey y de la polémica del
logo del PP (¿es gaviota o charrán?), lo que verdaderamente padecía en
sus carnes el personal era la ola de frío que nos ha deparado el primer
mes del año, con temperaturas jamás alcanzadas en muchos puntos del
maltrecho planeta Tierra. Sin ir más lejos, en
mi villa natal (Xinzo de Limia) se alcanzaba el segundo registro más
bajo de España con -10,4 grados; por debajo del de Cuéllar (Segovia) con
-11,6 grados. Cuando de joven nos apretaba el frío en Galicia, solíamos
desahogarnos con la expresión: ‘¡fai un frío
de carallo!’.
Manuel Dobaño. Periodista. |
Pero
podemos estar relativamente contentos, si comparamos estas gélidas
temperaturas con las que se registraban en Oymyakon, donde el termómetro
marcó en enero una media de -50 grados. Este inhóspito enclave
geográfico, situado en el este de Siberia, está considerado el pueblo
más frió del mundo, ya que ostenta el récord de -71,2 grados, que es la
temperatura más baja medida en un lugar habitado. Además de las bajas
temperaturas, el temporal que nos visitó este
movidito mes de enero, provocó importantes destrozos en la playa de la
ciudad en la que vivo. Las autoridades municipales informaban que el
Àrea Metropolitana de Barcelona (AMB) se ha comprometido a reparar los
daños habidos en todo el litoral metropolitano.
Y
mientras intentaba soportar toda esta serie de invernales
inconvenientes, acudía a mi mente el año que visité por primera vez
Argentina, en pleno mes de enero, o sea, en el verano de allá. Recuerdo
que,
a la sazón, pasé un calor, como no podía ser menos, también de
‘carallo’. Después de pasear por Buenos Aires y San Antonio de Areco, me
dejé caer por las famosas cataratas de Iguazú y solo me tuve que
abrigar camino de la Antártida, donde me esperaban el mítico
Perito Moreno y otras maravillas patagónicas. Para echarle un poco de
guasa al asunto, mi amigo (“El Cínico”) me comentaba la verídica noticia
de que en Zaragoza vivía una joven de 19 años que se llamaba Luz Cuesta
Mogollón, pero que no trabajaba en una eléctrica.
También puede leer este artículo en El Prat al día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario