lunes, 13 de febrero de 2017

Febrerillo loco

 Opinión
De todos los e-mails que llevo recibidos este menguado mes de febrero, en el que coinciden
Manuel Dobaño. Periodista.
pecaminosas celebraciones carnavalescas y mercantilistas exaltaciones del amor, me llamaba la atención el anuncio de la llegada a España de una escuela para aprender a enamorarse. Los promotores del invento aseguran que “recientes estudios basados en las neurociencias, han demostrado que el amor no es una variable aleatoria, sino una habilidad que puede ser adquirida para encontrar a la pareja perfecta con el mínimo esfuerzo”. Esta es, al menos, la teoría que defiende la denominada Escuela Neurocientífica del Amor, que llega a suelo patrio “con el objetivo de enseñar cuál es el algoritmo que permite a dos personas enamorarse”.

Leyendo este tipo de cosas, uno no puede evitar rememorar aquello de que ‘la ciencia avanza que es una barbaridad’, hasta el punto de que ya se está especulando que, en un futuro no muy lejano, los robots sustituirán en gran parte a las personas, y ya se habla de la cuarta revolución industrial. Y para dar veracidad a esta robótica cuestión, incluso ya se está empezando a plantear si estos artilugios humanoides deben o no cotizar a la Seguridad Social para cubrir su hipotética jubilación. Y para completar semejante maravilla de la ciencia, supongo que los robots de marras también llevarán incorporado un corazoncito que les permita envejecer e, incluso, enamorarse entre ellos, eso sí, sin distinción de sexos y creencias religiosas.

Según mi amigo (“El Cínico”), lo de la escuela esa del amor, lo consideraba “una auténtica chorrada”, porque el enamoramiento, en su opinión, no es más que “un estado transitorio de gilipollez”. Y, sobre los robots-obreros, me largaba que era una alucinación por mi parte, ya que no había leído en ninguna parte que nos fueran a quitar el curro ni nada por el estilo. “Manolo, creo que has tenido un calentón y debo creer que todo lo que me acabas de contar es producto de este febrerillo loco que ha chamuscado tus neuronas”. Y, antes de despedirnos, mi amigo me confesaba que aplaudía a las modelos que “se niegan a parecer esqueletos vivientes” y me añadía que él las prefería ‘curvys’, o sea, moderadamente entradas en carnes. También puede leer este artículo en El Prat al día.             

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