Manuel Dobaño. Periodista. |
Me sentaba días pasados delante del artilugio de juntar palabras, que ya no es aquella entrañable ‘Olivetti-Studio 44’de
antaño, y de repente, se me ocurría pensar
que no hay nada nuevo bajo el sol y que el mundo sigue igual de
revuelto que de costumbre. De entrada, lo que más me chirriaba era lo
que está pasando en Turquía, un país de grato recuerdo, en el que un
grupo de periodistas de toda España celebramos hace unos
años un congreso y que ahora es víctima de la represión y de una
ausencia absoluta de algo tan esencial en democracia como es la libertad
de expresión. Para reafirmar mi compromiso con la profesión, apoyaba la
iniciativa, promovida por Amnistía Internacional,
en la que se denunciaba que un tercio de los periodistas encarcelados
en todo el mundo están en prisiones turcas.
Otro
asunto que, entre otros muchísimos más, agitaba mis meninges era el
follón del CD Eldense, cuyos jugadores se dejaron meter una docena de
goles alentados por la mafia calabresa. “¡Porca miseria!”,
sentenciaba mi amigo (“El Cínico”), quien se lamentaba de que “muchos
equipos de fútbol han perdido su esencia, y ya no son lo que eran, desde
que se metieron por medio las casas de apuestas clandestinas, los
jeques árabes y los millonetis chinos”. Cambiando
completamente de registro, también me llamaba la atención el pollo que
se armaba con Gibraltar, “punta amada de todo español…”, tal como nos
animaban a cantar en Galicia en tiempos ‘da longa noite de pedra’. “El
impacto del ‘Brexit’ en el Peñón inflama Londres”,
leía en alguna parte, mientras los llanitos, con su particular gracejo
‘andalú’, reafirmaban su adhesión a la pérfida Albión.
Y
para remarcar lo chungo que sigue estando el cotarro, saltaba la triste
noticia de los atentados terroristas del metro de San Petersburgo y,
posteriormente, el de Estocolmo. Pero lo que más me horrorizaba
de todo era la última infamia atribuida al régimen de Asad, que
ordenaba atacar una población siria con armas químicas, provocando casi
un centenar de muertos, entre los que cabe contar decenas de niños.
Finalmente, me sentía aliviado después de conocer la
detención de una peligrosa banda criminal georgiana, altamente
profesionalizada, que se dedicaba a robar pisos de Barcelona y de su
área metropolitana. Según la policía, los asaltantes disponían de un
dron y de productos químicos para verificar la pureza de
las joyas robadas. O sea, que no hay novedad, pues todo sigue igual de
liado.(También puede leer este artículo en El Prat al Día)
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