lunes, 6 de julio de 2015

Pequeñas historias cotidianas

 OPINIÓN.
Enfrente de mi domicilio hay una tienda pakistaní, y en un radio inferior al medio kilómetro, se concentra una peluquería magrebí, un bazar y un restaurante chinos, un bar rumano, una tintorería argentina y algún que otro negocio más regentado por extranjeros de ignorada nacionalidad. Paseando por las calles y plazas de la ciudad en la que vivo, suelo cruzarme con personas venidas de un montón de países, lo que reafirma que vivimos en una sociedad cada vez más multiétnica y globalizada. Esta realidad sociológica, se puede constatar en cualquier rincón de la piel de toro; sin ir más lejos, en mi propia villa natal (Xinzo de Limia), donde en los últimos años también han recalado ciudadanos de diversas procedencias.   

Dentro de este contexto de diversidad cultural, a uno le cuesta cada vez más toparse con gente conocida, todo lo contrario de lo que solía ocurrir décadas atrás; en aquel oscuro período de nuestra historia dominaban las comunidades cerradas y, en cierta manera, vivíamos aislados del resto del mundo. Por suerte, ahora los tiempos han cambiado, y la mejor manera de comprobarlo, es dejarnos caer por uno de esos emblemáticos lugares turísticos de nuestras ciudades. Un claro exponente de esa diversidad multirracial, lo podemos encontrar, por ejemplo, en los alrededores de la Sagrada Familia de Barcelona, donde con frecuencia paso a recoger a mi nieto Samuel, integrante de la escolanía del templo gaudiniano. 

A  propósito de toda esta serie de pequeñas y cotidianas historias, mi amigo (“El Cínico”) me comentaba que “la Sagrada Familia es como la ONU, por allí pasan diariamente todas las razas posibles, sobre todo, japoneses”. Y mientras días atrás hacía tiempo para recoger a mi nieto, sucedió que se me acercó una pareja de turistas para preguntarme cuál era el mejor camino para darse un garbeo por las famosas Ramblas barcelonesas. Tras informarles sobre la cuestión, me interesé por su lugar de procedencia y me informaron que ella era turca, pero que él era español y que ambos vivían en Estambul. “¿De qué parte?”, le inquirí, y me contestó que era de Verín, muy cerca de donde yo nací (1). Definitivamente, el mundo es un pañuelo.

(1)    El gallego Roberto Doval Castro, es gerente para Latinoamérica de la empresa turca UGUR (“Enjoy Cool Quality”), según reza en la tarjeta que me entregó.  Manuel Dobaño (Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al Día

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